Iztaccíhuatl y Popocatépetl
Hace muchos años existió una doncella llamada Iztaccíhuatl, hija del rey de un gran señorío. Al reino llegaron guerreros ofreciendo sus servicios y después de muchas pruebas, fueron admitidos. Se ofreció un banquete de celebración y allí la princesa conoció a Popocatépetl, que se convertiría en el mejor guerrero.
Los jóvenes se enamoraron y sus días se llenaron de inquietud. El rey se dio cuenta de esta situación y le prometió a Popocatépetl la mano de su hija, si es que era capaz de someter a un poblado que se negaba a rendirse a sus órdenes. Si lograba traerle la cabeza de aquel rey enemigo clavada en un lanza, la princesa y el reino serían suyos.
El joven se puso en marcha, pero el poblado quedaba muy lejos y la guerra fue muy larga. Con el tiempo, el rey decidió que lo más prudente era que su hija se casara con un príncipe y la ofreció en matrimonio. Iztaccíhuatl enfermó y a los pocos días murió.
En ese momento, regresó el guerrero de su batalla, anunciando su victoria. Al ver que su amada había muerto, la tomó en brazos y la llevó a la montaña más alta, se arrodilló a su lado y decidió custodiarla por siempre.
Esa noche, los dioses convirtieron los cuerpos de ambos en volcanes. Desde entonces, Iztaccíhuatl yace con sus cabellos extendidos, cubierta de nieve, mientras a su lado se encuentra Popocatépetl, que emana fuego de su cráter y espera a que despierte su princesa.
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